Breve jácara sobre los fresas
Debido a las conversaciones que he sostenido con mis semejantes, he plasmado mis pensamientos sobre los fresas en un menudo texto, cabe recalcar que sólo expongo mi sentir sin ánimos de escarnecer sensibilidades.
Incontables instantes nos hemos inquirido: ¿porqué ese wey es tan pendejo?, pero no nos asestamos a deliberar en lo que él teoriza sobre nosotros. Conseguimos reparar, sobre todo en los seminarios privados, que hay una elite que se profesa prócer a nosotros. Ahí es donde colisionamos con los vociferados fresas. Pero, ¿qué pasa por las percepciones de estos especimenes de la raza humana, que por cierta gnosis creen ser más conspicuos que el remanente?
No apaleo una respuesta concreta, sólo valgo vaticinar cuáles son los pábulos de su condición de hegemonía y soberbia. Ellos se reputan meritorios de la panacea de la vida. Pretenden que los demás existamos a sus peanas, y que como tales, nos deben desconocer o excluir, al no ser como ellos. Intrínsecamente en esto, no expongo que no haya fresas insignes, pero la colectividad cela mociones detrás de su indumentaria esplendente que reivindica la escucha de los semejantes que los envuelven.
Su repertorio es, por ende, disímil al proverbial de la comunidad. Con el vasto uso de muletillas o locuciones que no obtienen juicio alguno. Vocablos como: tipo que, y así, cero hiper mil, osea jelou, y laudos displicentes los sitúan, a su menesterosa forma de comprenderlo, sobre un podio, pero los demás se dan cuenta de la pendejez que de ellos se desprende como el hedor del vertedero.
Subsiguientemente de añadas de cohabitar, no muy sosegadamente ni por mi amenidad propia, con este arquetipo de individuos, he localizado algunos ejemplares decorosos de simpatía, algunos más que otros. Pero son más paradójicos que hallar el santo grial. El despotismo, la pérdida y la prepotencia es el alias del solaz de este subgrupo alevoso dentro de sí mismo. La proterva fe y la maña en sus gesticules nos exterioriza que exclusivamente ansían perpetuarse en un infinito que enjuician acaecido para ellos, y por ellos. El estatus dado por los atavíos que engalanan y su arreglo corpóreo, es un discernimiento fútil para adjetivar a un ser pío.
Parece ser, asimismo, que ellos adjetivan que valen lo que poseen, maliciando de sus heredades fiduciarias, a sabiendas de que es mayorazgo de sus ascendientes. Nadie vota dónde germinar, y no posee yerro alguno si le anda bien o mal. Su talante de vida baladí y pueril les soslaya agenciar su realización personal o filosófica, y es por eso que vilipendio a estas personas que se abandonan e instituyen elites fragosas para gente rasa. En compendio y para terminar, son unos pendejos.